depois de uma terça-feira onde se ficou a conhecer que trump e hillary clinton devem ser os finalistas dos republicanos e dos democratas, respectivamente, é tempo para melhor percebermos o que significam estas vitórias de trump e clinton, que forças movem estes candidatos e aqueles que aparentemente não vão conseguir chegar ao fim, como sanders nos democratas. que particularidades têm estas eleições, qual a maquinaria política estabelecida, o que pode acontecer depois das eleições.
reflexão feita por james petras
intruducción
Las
elecciones presidenciales de 2016 poseen algunas características peculiares que
las desmarcan de la idea generalizada sobre las prácticas políticas en Estados
Unidos en el siglo XXI.
Es evidente
que la maquinaria política establecida -las direcciones de los partidos y
quienes las respaldan en el mundo empresarial- ha perdido (parcialmente) el
control del proceso de nominación y se enfrenta a la elección de candidatos
“no-deseados” que están haciendo campaña con programas y declaraciones que
polarizan al electorado.
Pero se
dan, además, otros factores más específicos que han activado al electorado y se
relacionan con la historia reciente de EE.UU., que presagian y reflejan una
recomposiciónde la política estadounidense.
Este
artículo esbozará estos cambios y sus principales consecuencias para el futuro
de la política estadounidense. Vamos a examinar el modo en que afectan a cada
uno de los grandes partidos.
El contexto
de la recomposición dentro de las políticas del Partido Demócrata
La
“ascensión y caída” del presidente Obama ha hecho mella en el atractivo de las
“políticas de identidad”, modificando la idea de que las “identidades”
basadas en la etnia, la raza y el género podían actuar sobre el poder del
capital financiero (Wall Street), de los militaristas, los sionistas y
las autoridades del “Estado policial”. El desencanto manifiesto expresado
por los votantes hacia las “políticas de identidad” ha abierto la puerta a las
políticas de clase de un determinado tipo.
El
candidato Bernie Sanders apela directamente a los intereses de clase de los
trabajadores y empleados asalariados. Pero esa “clase” surge dentro de una
coyuntura depolarización electoral y, como tal, no refleja una verdadera
“polarización de clase” o un aumento de la lucha de clases en las calles, las
fábricas o las oficinas.
En
realidad, la polarización electoral de la “clase” es un reflejo de las
recientes derrotas sindicales en Michigan, Wisconsin y Ohio. La confederación de centrales
sindicales (AFL-CIO) prácticamente ha desaparecido como factor político y
social y representa a apenas un 7% de los trabajadores del sector privado.
Los votantes de clase trabajadora saben bien que los máximos dirigentes
sindicales, que reciben una media de 500.000 dólares al año como salario y
complementos, están bien acomodados en las máximas instancias del Partido
Demócrata. Si bien es cierto que los trabajadores y sindicatos locales
respaldan activamente la campaña de Sanders, lo hacen en tanto miembros de un
movimiento electoral amorfo y multiclasista y no como un “bloque obrero”.
El
movimiento electoral de Sanders no ha surgido de un movimiento social nacional:
el movimiento pacifista está prácticamente moribundo; los movimientos por los
derechos civiles están debilitados y fragmentados; el movimiento “Black Lives
Matter” (Las vidas de los negros importan) ha llegado a su cima y está en
decadencia, mientras que “Occupy Wall Street” es un recuerdo lejano.
En resumen,
estos movimientos recientes aportan, como mucho, algunos activistas y cierto
impulso a la campaña de Sanders, subrayando con su presencia algunos de los
temas promovidos en ella.
En
realidad, el movimiento electoral a favor de Sanders no parte de movimientos de
masas existentes sino que llena el vacío político resultante de su ausencia. La insurgencia electoral refleja
el fracaso de los dirigentes sindicales aliados con los correspondientes
políticos demócratas así como la limitación de las tácticas de acción directa
de Black Lives Matter y Occupy Wall Street.
Como el
movimiento electoral de Sanders no se enfrenta de manera directa e inmediata a
los beneficios capitalistas ni a las asignaciones de presupuesto público, no se
ha visto sujeto a la represión del Estado. Las autoridades represivas calculan
que el alboroto de actividad electoral solo durará unos cuantos meses para
desvanecerse posteriormente dentro del partido demócrata o la apatía de los
votantes. Además, se ve limitado por el hecho de que las decenas de millones de
seguidores de Sanders están distribuidos por todos los estados sin concentrarse
en
ninguna
región particular.
Dicho
movimiento electoral se nutre de cientos de miles de luchas locales y sirve de
expresión a la desafección de millones de personas que quieren hacer oír sus
agravios sin riesgo ni coste alguno (como sucedería si perdieran el trabajo o
sufrieran represión policial). Es un agudo contraste con la represión en el
lugar de trabajo o en las calles.
La
polarización electoral refleja polarizaciones sociales horizontales (de clase)
y verticales (inherentes al propio capitalismo).
Entre
aquellos situados por debajo del 10% más rico, y especialmente entre la clase
media joven, la polarización política favorece a Sanders. Los dirigentes sindicales,
los miembros del Black Congressional Caucus y el “establisment” latino apoyan
la opción consagrada de la élite política del Partido Demócrata: Hillary
Clinton. Por otro lado, los jóvenes latinos, las mujeres trabajadoras y las
bases sindicales apoyan el movimiento electoral insurgente. Algunos sectores
significativos de la población afroamericana, que no han conseguido progresar
con el presidente Obama (en realidad han retrocedido) o que han presenciado el
aumento de la represión policial bajo el mandato del “primer presidente negro”,
están uniéndose a la campaña insurgente. Millones de latinos, desencantados con
sus líderes vinculados a la élite Demócrata y que no han hecho nada para evitar
las deportaciones masivas con Obama, son una base potencial de apoyo para
“Bernie”.
Sin
embargo, el sector social más dinámico del movimiento electoral de Sanders son
los estudiantes, entusiasmados por su programa de educación superior gratuita y
el fin de la esclavitud de las deudas post-graduación.
El malestar
general de estos sectores encuentra su expresión en la “sublevación respetable
de la clase media”: una rebelión de los votantes, que ha trasladado
temporalmente hacia la izquierda el eje del debate político dentro del Partido
Demócrata.
La
campaña de Sanders pone sobre la mesa asuntos básicos de desigualdad social e
injusticia racial en el sistema legal, político y económico. Subraya la
naturaleza oligárquica del sistema político (aunque el movimiento liderado por Sanders
pretenda utilizar las reglas del sistema contra sus propietarios). Estas
iniciativas no han tenido hasta ahora mucho éxito dentro del aparato del
Partido Demócrata, cuyos máximos dirigentes ya han asignado cientos de los
denominados “mega-delegados” “no elegidos” a Clinton, a pesar de los triunfos
de Sanders en las primeras primarias.
La propia
fuerza del movimiento electoral posee una debilidad estratégica: forma parte de
su naturaleza unirse para las elecciones y disolverse tras la votación.
La
dirección de Sanders no se ha esforzado en construir un movimiento social de
masas de carácter nacional que pueda continuar las luchas sociales y de clase
durante y después de las elecciones. De hecho, el compromiso de Sanders de apoyar
a la dirección establecida del Partido Demócrata si pierde la nominación ante
Clinton producirá una profunda desilusión entre sus seguidores y la quiebra del
movimiento electoral. El escenario para después de la convención, especialmente
en caso de que los “superdelegados” coronen a Clinton a pesar de la victoria popular
de Sanders en las primarias individuales, será muy perturbador.
Trump y la
“sublevación de la derecha”
La
campaña electoral de Trump se caracteriza por muchos de los rasgos del
movimiento populista-nacionalista latinoamericano. Al igual que el peronismo argentino, combina
proteccionismo y medidas económicas nacionalistas que atraen a los fabricantes
de tamaño mediano y pequeño y a los obreros industriales desplazados con el “chovinismo
de gran nación” populista de derechas.
Todo ello
queda reflejado en los ataques de Trump a la “globalización”, similares al
antiimperialismo peronista.
Por otra
parte, los ataques de Trump a la minoría musulmana de EE.UU. suponen un
apenas disimulado guiño al fascismo clerical ultraderechista.
Así como
Perón se pronunciaba contra las “oligarquías financieras” y la invasión de las
“ideologías foráneas”, Trump desdeña a las “élites” y denuncia la “invasión” de
inmigrantes mexicanos.
El
atractivo de Trump se basa en la profunda indignación amorfa de la clase media
descendente, que carece de ideología… pero está llena de resentimiento por la
caída de su estatus, el desmoronamiento de su estabilidad y las familias afligidas por la
droga (y si no, observen las preocupaciones expresadas abiertamente por los
votantes blancos en las recientes primarias de New Hampshire).
Trump
proyecta un poder personal a los obreros enojados con los sindicatos
impotentes, las organizaciones cívicas desorganizadas y las asociaciones
empresariales locales marginadas, incapaces de responder al saqueo, el poder y
la corrupción generalizada de los estafadores financieros que se mueven entre
Washington y Wall Street con total impunidad.
Estas
clases “populistas se entusiasman indirectamente con el espectáculo de un Trump
que grita y abofetea a los políticos de carrera y a las élites económicas por
igual, aunque alardee al mismo tiempo de su triunfo como capitalista. Aprecian
su desafío simbólico a la élite política al tiempo que alardea de sus propias
credenciales capitalistas.
Para muchos
de sus seguidores suburbanos, es el “Gran Moralizador”, que ocasionalmente
comete meteduras de pata “perdonables” por su exceso de celo, como un Oliver
Cromwell grosero del siglo XXI.
En
realidad, es posible que exista un componente etno-religioso menos aparente en
la campaña de Trump: su identidad de blanco-anglosajón-protestante (WASP) es otro motivo de atracción
para esos mismos votantes, a causa de su aparente marginación. Estos
“trumpistas” no están ciegos ante el hecho de que no existe ningún juez wasp en
el Tribunal Supremo y apenas hay wasp entre las máximas autoridades económicas
con cargos en el Tesoro, el Sistema de Reserva Federal o las Cámaras de
Comercio. Aunque Trump no hace gala de su identidad, esta facilita la atracción
de sus votantes.
A los
votantes wasp de Trump -que guardan un silencio resentido por los rescates
financieros a Wall Street y lo que perciben como posiciones privilegiadas de
católicos, judíos y afroamericanos en la administración de Obama-, su condena
pública y directa del presidente Bush por mentir deliberadamente a la nación
para justificar la invasión de Irak (con las implicaciones que eso lleva de
traición) les proporciona una razón más para votarle.
El
atractivo nacional-populista de Trump combina con su militarismo belicoso y su
autoritarismo de matón. Su aceptación pública de la tortura y del control policial del
Estado (“para combatir el terrorismo”) le permite ganar el favor de la derecha
pro-militar. Por otro lado, sus proposiciones amistosas al presidente Putin
(“un tipo duro con ganas de enfrentarse a otro”) y su apoyo al fin del embargo
a Cuba resultan atractivos para las élites empresariales relacionadas con el
comercio. Su llamamiento a la retirada de tropas de Europa y Asia atrae a
los votantes favorables a “crear una fortaleza en Estados Unidos”, a la vez que
sus declaraciones a favor de “machacar a bombas” al Estado Islámico atrae a los
extremistas nucleares. Curiosamente, el apoyo de Trump a la Seguridad Social
y Medicare, así como su propuesta de cobertura médica para los indigentes y su
reconocimiento abierto de los servicios vitales de planificación familiar para
las mujeres pobres, atraen a los votantes más mayores, caritativos,
conservadores e independientes.
Esta es
la amalgama izquierda-derecha de Trump: proteccionismo y alabanzas a los
emprendedores, proclamas contra Wall Street y a favor del capitalismo
industrial, defensa de los obreros estadounidenses y ataques a los trabajadores
latinos y los inmigrantes musulmanes. Estas propuestas han roto las fronteras
tradicionales entre la política popular y la derechista dentro del Partido
Republicano.
El
“trumpismo” no es una ideología coherente, sino una mezcla volátil de “posturas
improvisadas”,
adaptadas para atraer a los trabajadores marginados, a las clases medias
resentidas (los wasp dejados de lado) y, sobre todo, a quienes se sienten poco
representados por los republicanos de Wall Street y los demócratas liberales,
basados en políticas identitarias (negros, hispanos, mujeres y judíos).
El
movimiento de Trump se basa en un culto a la personalidad. Posee una inmensa
capacidad para convocar mítines masivos sin una organización de masas que le
apoye ni una ideología social coherente. Su fuerza radica en su espontaneidad,
la novedad que representa y su hostilidad manifiesta hacia las élites
estratégicas.
Su
debilidad fundamental es la carencia de una organización que pueda sostenerse
tras el proceso electoral. No existen apenas cuadros ni militantes “trumpistas”
entre sus fans. Si fracasa (o le deja fuera de la nominación un candidato “de
unidad” pergeñado por la dirección del partido), su organización se disipará y
se fragmentará. Pero si obtiene la nominación republicana, conseguirá el
apoyo de Wall Street, especialmente si es para enfrentarse a la candidatura
demócrata de Sanders. Si gana la elección general y se convierte en
presidente, procurará reforzar el poder ejecutivo y encaminarse hacia una
presidencia “bonapartista”.
Conclusión
El auge de
un movimiento socialdemócrata en el seno del Partido Demócrata y el
advenimiento de un movimiento nacional-populista de derechas en el seno del
Partido republicano reflejan la fragmentación del electorado y las profundas
grietas verticales y horizontales que caracterizan la estructura de etno-clase
de EE.UU. Los analistas simplifican en exceso cuando se refieren a esta
sublevación como una expresión incoherente de la “indignación”.
La
disminución del poder de control de la élite del establishment es producto del
profundo resentimiento étnico y el profundo resentimiento de clase de grupos
anteriormente privilegiados que sufren una movilidad descendente, de
empresarios locales que experimentan la bancarrota por causa de la
“globalización” (imperialismo) y de ciudadanos indignados por el poder del
capital financiero
(los bancos) y el control abrumador que ejercen sobre Washington.
Es posible
que la sublevación electoral de derechas y de izquierdas se disipe, pero no
sin antes haber plantado las semillas de una transformación democrática o de un
renacimiento nacionalista reaccionario.
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